Rosana Cheirasco
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¿En qué año empezó sus estudios en la universidad y por qué su elección de Ciencias Políticas e Historia?
Comencé estudiando Derecho en 1971, y todavía recuerdo que di examen de ingreso porque hubo un período en que se pidió como requisito. Al volver la Democracia surge un proceso de separar las Ciencias Sociales de la facultad de Derecho. Ahí nació la Facultad de Ciencias Sociales y por eso ingresé a la licenciatura de Ciencias Políticas. Soy de la primera generación de estudiantes que egresaron de esa facultad, es decir, la inauguré.
En aquellos años difíciles, si los hubo, ¿sufrió algún tipo de discriminación por el tema racial?
Nunca tuve un problema racial. La mayoría de los profesores siempre me dieron para adelante. Me exigían que me recibiera. Recuerdo a Jorge Lanzaro, Milita Alfaro, Gerardo Caetano, Rila y la entrañable María Emilia Pérez Santarcieri. Todos ellos me impulsaron siempre sin regalar nada. Me hicieron ser mejor y buscar la excelencia.
¿Cómo ve lo que pasa con las políticas antidiscriminación en Uruguay y en el mundo?
Me pareció absolutamente injusto lo que pasó con Cavani, cuando dijo negrito. Obviamente que no se expresó en sentido ofensivo. ¡La cantidad de gente que a mí me dice negro o negrito! Todo esto refleja un poco que estamos en tiempos de lo políticamente correcto e incorrecto. Creo que las palabras tienen significado según la intención. Esa es la clave, no hay misterio.
¿En qué época le tomó el gustito a la profesión de periodista?
Imposible olvidarlo. En el año 1983 yo trabajaba en la sucursal Agraciada del Banco la Caja Obrera. En esa época para abrir una cuenta corriente era necesario por lo menos un mes de trámite. Un día llegan unas personas a abrir la cuenta y el gerente me dice: “Abrísela en 24 horas”. Lo hice y a los días empezó a llegar un nuevo semanario de regalo a la sucursal. Era el semanario Aquí. El gerente, que sabía de mi interés por la lectura y a su vez escribir, me lo regalaba ni bien llegaba. A los pocos meses me recomendó y empecé allí. En aquel momento quien fue mi profesor y maestro de periodismo fue Tomás Linn. Trabajé en el semanario Aquí desde 1983 a 1989. Era un semillero de buenos periodistas. Tuve de compañeros a Germán Lizardi, Alfonso Lessa, Leonardo Haberkorn, Gerardo Sotelo y Pablo Da Silveira.
Mi último trabajo como periodista fue en El Observador de los fines de semana. Sacábamos una serie de notas históricas con Gustavo Trullén y también recuerdo con afecto mi tiempo en la revista Tres.
Nos trasladamos a su faceta de investigador y ensayista y hay un tema que está siendo presente: el del sindicalismo: ¿Por qué eligió analizar ese fenómeno?
Por mi edad vi nacer el PIT. Me llamó la atención todo ese proceso. Aquel sindicalismo de los primeros años. Eran todos jóvenes con muchas ideas y muchas ganas. Tomé contacto con muchos de ellos por notas periodísticas que tuve que hacer a nivel sindical. Además, admiro la figura de José D´Elía. Él estuvo siempre presente de los años 30 hasta la actualidad. Vivió todo el proceso del movimiento sindical uruguayo. Casi siempre como presidente y siempre como factor de unidad.
En los años 2001 y 2002 usted vivió la crisis económica como funcionario bancario, es decir, muy de cerca. Ello lo llevó a escribir el libro Banco la Caja Obrera, una Historia junto Gustavo Trullén ¿Qué elementos aporta para comprender lo que sucedió en aquellos días?
Yo viví todo el proceso, entré al Banco siendo muy joven, de meritorio, en el año 1979. Me formé, hice mis amigos, era parte de mi vida y mis afectos. En el año 1987/88 nos intervienen y pasamos a ser un banco gestionado que pasó a tener directores políticos. Así llegamos al Grupo Peirano que demostró interés y ganó la pulseada. El resto es una triste historia por todos conocida.
En su actividad bancaria le tocó atravesar varias corridas…
Yo viví tres corridas antes en el banco, si sabré de esto. La del año 1982, cuando se rompió la tablita, la de 1984, antes de las elecciones, que la gente retiró los dólares aunque después los trajo, y con el triunfo de Sanguinetti la clientela se tranquilizó. También, como ya dije, la del 87/88 cuando nos gestionaron. De todas salimos menos de la última. ¡No pudimos parar la corrida!
¿Qué pasó con su vida laboral?
Tuve suerte, se hizo la lista para el nuevo Banco Comercial y yo quedé. Luego, lo compró el Scotia donde también quedé hasta el final de mi actividad bancaria. Me jubilé el año pasado.
Usted ha recibido varios premios, entre ellos el Nacional de Literatura en varias oportunidades. ¿Qué significa para usted?
Bueno, es la satisfacción del momento. La alegría de que estás haciendo las cosas bien pero ninguna te la podés creer. Ese día, cuando pensás que sos un crack, un fenómeno, más vale que dejes de escribir.
Ya que estamos hablando de literatura, Usted incursionó en libros de ficción como Andrade, Rosa Luna y Ansina. Algunos lo incluyen en el género de literatura afro-uruguaya. ¿Comparte ese rótulo?
A mí en lo personal no me molesta, está bien. Algunos personajes eran de raza negra, por ejemplo, en la novela de Andrade, el futbolista es el protagonista, hay también un análisis de la realidad de la comunidad negra de los años 20 y 30. Con Rosa Luna, lo mismo, se analizan los años 60 pero se pone el acento en la mujer afro de ese entonces. En el caso de Ansina está presente el tema de la lealtad y el precio de la misma con el General.
Y hablando de caudillos, escribió también una novela sobre Lorenzo Latorre y ahora la de Fructuoso Rivera, El pardejón. ¿Fue un desafío hacerlas teniendo en cuenta la carga histórica de ambos personajes?
Rivera fue un personaje fuerte de nuestra historia, entendí que merecía un tratamiento exhaustivo más allá de banderías políticas, planteado en un diálogo entre Eustaquio Santos, soldado de Don Frutos, que viaja a Montevideo, con otros compañeros de lucha, cargando el cuerpo muerto de su comandante en una tarima de aguardiente. Cada reflexión de Santos es respondida por el mismísimo Rivera que, ya muerto, cuenta cómo vivió y qué hizo durante distintos momentos de su trayectoria.
Por último, cuénteme de esa preocupación constante de trasladar la literatura a la música.
Yo hablo de un puente entra la literatura y la música. Así nació el musical Merveille Noir. Una adaptación de Gloria y Tormento, la novela de José Leandro Andrade, con la dirección musical de Damián Dewaillly y la dirección de Jorge Heller.
También llevé a escena, La Diosa y la Noche, la novela de Rosa Luna. En mi último trabajo, el musical sobre la novela de Andrade, la Sala Camacuá quedó chica para el espectáculo. Fue una gran puesta en escena que proyectamos repetir a partir de marzo.