Por cuarta vez en los últimos 18 años Beijing vuelve a ser la capital de África.
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Todos los países presentes (excepto el pequeño Reino de Suazilandia que aún mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán), todos los jefes de Estado o de gobierno, 1.400 líderes de asociaciones y cámaras de comercio y empresarios, más de 1.000 periodistas africanos acreditados, representantes de decenas de organismos regionales e internacionales, incluido el secretario general de Naciones Unidas. Nadie faltó a la cita, todos dijeron presente el 2 y 3 de setiembre para celebrar la séptima cumbre del Foro para la Cooperación entre China y África (Focac por sus siglas en inglés).
El primer vértice fue también en Beijing en el 2000, y a partir de entonces y cada tres años, se ha convertido en la reunión más representativa, en cantidad y calidad, de los estados africanos fuera de su propio continente.
Para la República Popular, Focac es la expresión institucional y la síntesis más elevada de su exitosa estrategia política con África y que la convirtió – desde 2009 – en el primer socio comercial y financiero del continente, con un intercambio que ya superó los 170.000 millones de dólares y según el Ministerio de Comercio en Pekín, han permitido crear 900.000 puestos de trabajo en el continente donde hoy operan más de 10.000 empresas chinas en sectores como infraestructura (carreteras, puertos, aeropuertos, líneas férreas), energías renovables y hasta fabricas de automóviles.
Sin embargo, y a diferencia de las anteriores cumbres sino-africanas, esta vez los auspicios no fueron los mejores para el gigante asiático.
Mientras el Partido Comunista ponía en marcha su impresionante aparato organizativo y una parafernalia propagandística, banderas de todos los países participantes inundaban las calles y edificios de la capital, cuando comenzaban a llegar los primeros líderes invitados, estalló lo inesperado.
De regreso a Jakarta tras su visita de estado a Beijing, el primer ministro malasio, Mahathir Mohamed, canceló de un plumazo los proyectos chinos de infraestructura por 22.000 millones de dólares financiados en el marco de la ‘Nueva Ruta de la Seda’, el megaproyecto de 1 billón de dólares de comunicaciones e infraestructura para conectar por tierra y mar a China con el resto del mundo.
´´Cuestan demasiado dinero, no podemos permitírnoslo”, declaró el anciano líder de 93 años y acusó a la nueva Ruta de la Seda de ser “una nueva forma de colonialismo”. Un “vade retro China”, el peor insulto -jamás antes proferido por un jefe de gobierno- al buque insignia y la prioridad absoluta de la política exterior china. Tan estratégico, que el también conocido como la iniciativa ´Ún cinturón, una ruta’ desde este año forma parte de la propia Constitución china.
La República Popular ve con pavor cualquier tipo de insinuación a que los créditos y financiamiento para los proyectos de infraestructura -en la mayoría ejecutados por sus propias empresas- sean una forma encubierta de intervención política y comercial, una especie de diplomacia del endeudamiento que finalmente debilitará la independencia de los estados beneficiarios.
“La inversión de China en África no viene con condiciones políticas, y no interferiremos en la política interna de los países ni exigiremos demandas que la gente piense que son difíciles de cumplir”, aseguró Xi Jinping al confirmar un nuevo paquete de ayuda financiera por 60.000 millones de dólares, exactamente la misma cifra que comprometió -y que se ha venido ejecutando- en el vértice de Johannesburgo de 2015.
Esta suma, que deberá erogarse en los próximos tres años, se divide en 20.000 millones en líneas de crédito, 15.000 millones en prestamos sin intereses o ayuda gratuita, y 10.000 millones para un fondo especial para el desarrollo. Para favorecer las ventas africanas en el exterior y reducir el superávit de 20.000 millones de China en la relación comercial, otros 5.000 millones irán a financiar las importaciones chinas de productos africanos que no sean recursos naturales. Los 10.000 millones restantes serán para proyectos privados de las empresas chinas.
La composición del aporte financiero no es casual ni arbitraria. Refleja un cambio de la política de la potencia asiática; más dinero en ayuda para el desarrollo, más crédito sin intereses y menos préstamos comerciales. Este cambio significativo es un ulterior intento de ahuyentar los temores y rechazar las acusaciones de estar aplicando la diplomacia de la “trampa de la deuda”: prestar a los países pobres que al no tener capacidad de repago terminan cediendo cuotas de soberanía y sectores estratégicos de su economía.
El modelo de ayuda financiera a cambio de recursos naturales, iniciado en Angola, se demostró extremadamente eficaz para el Dragón y se ha ido extendiendo al resto del continente, particularmente desde que Xi Jinping asumió el poder.
Es cierto que un aumento desmedido del crédito chino puede desestabilizar al país receptor como está ocurriendo con Zambia, Congo y Yibuti; pero también es cierto que los 136.000 millones de dólares en prestamos soberanos y comerciales que atravesaron el Océano Ïndico -por elección o por necesidad- son más que bienvenidos.
En una entrevista a la agencia Xinhua, Paul Kagame, presidente de Ruanda y de la Unión Africana, sostuvo que la ‘trampa de la deuda’ es un tentativo de Occidente para debilitar las relaciones de África con China y alertó que quien “critica tanto a China por sus préstamos, nos da demasiado poco”.
“Esta cumbre rechaza la opinión según la cual se está instalando un neocolonialismo en África, como algunos nos quieren hacer creer”, lo secundó su homólogo sudafricano, Cyril Ramaphosa y copresidente del séptimo Focac.
Los buenos resultados de Xi el ‘africano’ (no es casual que África fuera el destino de su primer misión oficial de su segunda presidencia y Yibuti la primera base militar china en el exterior) son en primer lugar un mérito suyo y de la diplomacia de su gobierno.
Al mismo tiempo todos reconocen que la estrategia africana de la segunda economía del mundo fue objetivamente favorecida por el desinterés creciente por la región de parte de los Estados Unidos, desde los tiempos de Bush, y hoy acentuados por el proteccionismo y antimultilateralismo militante ‘trumpiano’. Otro tanto ocurre con Europa y su incapacidad de orquestar una política común hacia sus excolonias y sin siquiera resolver la alarma humanitaria de la inmigración de los desesperados que le llegan desde la otra orilla del Mediterráneo.
Las relaciones con África fueron sintetizadas en el discurso inaugural con cinco “no” de Xi Jinping: no interferir en los caminos de búsqueda del desarrollo de los países africanos que se correspondan con sus condiciones nacionales; no interferir en sus asuntos internos; no imponerles la voluntad de China; no imponer condiciones políticas en la asistencia al continente; y, no buscar beneficios políticos propios en la inversión y la cooperación financiera con África.
Los 56 mandatarios africanos sentados alrededor de una imponente mesa redonda en el Gran Salón del Pueblo, asintieron a los cinco ‘No’, con un solo ‘Xi’ y aprobaron la «Declaración de Beijing: Hacia una comunidad de destino China-África más estrecha» y el «Plan de Acción de Beijing de Focac (2019-2021)» .
“América para los americanos” fue la frase de la Doctrina Monroe que marcaría el desarrollo de las relaciones entre EEUU y América Latina. ¿Estaremos asistiendo a la Doctrina Xi para el continente africano?