Según Milei, la eliminación del cepo llegará solo cuando los excesos de pesos se hayan diluido, prometiendo un espejismo de estabilidad macroeconómica, salarios dignos y empleo abundante. Pero el precio es claro: el fin del cepo solo ocurrirá cuando la inflación sea eliminada por completo y cuando el control de capitales y el "crawling peg", es decir, la devaluación controlada, se disipen como sombras bajo sus draconianas políticas. En síntesis, vino a decir que la libertad de mercado deberá esperar, pese a su dogma liberalizador.
Más inquietante aún fue su defensa del veto al aumento jubilatorio, justificado bajo una nueva y siniestra doxa: proteger el presente de los mayores, según él, sería condenar el futuro de los jóvenes. Omitió toda mención a la recesión, el aumento de la pobreza y la indigencia, así como al deterioro de los sistemas de salud y educación o la crueldad policial represiva. La ovación en el recinto, que Milei mismo estimuló desde el balcón, fue ensordecedora, culminando con su aparición en la portada del Wall Street Journal al día siguiente.
No obstante, la celebración por el castigo a los sectores más vulnerables no trajo consigo la esperada confianza en la inversión.
Las acciones argentinas en la Bolsa de Nueva York se desplomaron catastróficamente: Loma Negra cayó un 3,6 %, YPF un 3,2 %, Pampa Energía un 3,1 %, Banco Macro un 2,9 % y Corporación América un 2,4 %. Los bonos soberanos siguieron la misma suerte y, en Buenos Aires, aunque con menor intensidad, los títulos locales se contrajeron un promedio de 1,79 %, medida exacta del costo de cada nueva payasada.
No contento con los dislates pronunciados el día anterior, Milei volvió a subir al podio, esta vez ante la Asamblea General de la ONU, para arremeter con fuerza contra la propia organización y su agenda, ensayando un universalismo similar al que exhibió en el Foro de Davos. Con un tono profético y una voz engolada que no ocultaba sus dificultades para leer un simple texto con fluidez y respeto por la puntuación, se centró en denunciar lo que él llama el carácter "socialista" y "colectivista" de la ONU. Acusó a la organización de haber traicionado su misión original para convertirse en un "Leviatán" que pretende controlar la vida de los ciudadanos y la soberanía de los Estados-nación, señalando especialmente la Agenda 2030, a la que calificó como un proyecto de "gobierno supranacional socialista" gestionado por una burocracia internacional. Una vuelta de tuerca respecto al anticipo que su canciller, Mondino, expresó en la víspera al rechazar la firma del “pacto del futuro”. Según su relato, este programa atenta contra los derechos fundamentales la vida, la libertad y la propiedad en un intento por imponer un orden global que socava las soberanías nacionales.
En su habitual tono incendiario, el presidente argentino responsabilizó a la ONU de ser una de las principales promotoras de la violación de libertades durante las cuarentenas globales de 2020, lo que no dudó en calificar como un "delito de lesa humanidad".
Durante su intervención, Milei también atacó la inclusión de “dictaduras” como las de Cuba y Venezuela en el Consejo de Derechos Humanos, y criticó con vehemencia las posiciones de la ONU frente a Israel, al que defendió como el único bastión democrático en el Medio Oriente. Su arenga final fue un manifiesto en favor de una "agenda de libertad", donde anunció que Argentina abandonará su histórica neutralidad y se opondrá a cualquier política que restrinja las libertades individuales o económicas.
Con su discurso, Milei no hizo más que profundizar su visión conspirativa del mundo, donde eventos y decisiones son orquestados desde las sombras, bajo agendas ocultas o derivas degenerativas que, según él, alejan a las instituciones de sus principios fundacionales y conspiran para controlar el destino global. Con tono altivo, dijo venir a "decirle al mundo lo qué va a ocurrir si las Naciones Unidas continúan promoviendo políticas colectivistas". Enfatizando su carácter de outsider, reafirmó que no es un político sino un "economista liberal libertario" que vino a combatir las políticas colectivistas, llegando al punto de convocar a "todas las naciones del mundo libre a que nos acompañen, no solo en el disenso a este pacto, sino en la creación de una nueva agenda para esta noble institución: la agenda de la libertad". No escatimó siquiera en sus habituales fundamentos místicos, incluyendo citas bíblicas.
Si en algo puede hallarse una tenue concordancia, es en la naturaleza burocrática de ese organismo internacional, cuya parsimonia para adoptar políticas concretas y su impotencia para hacer cumplir sus propias resoluciones resultan evidentes. No obstante, incluso en la pomposa y a menudo vaga jerga diplomática, comienza a emerger un consenso, aún débil, respecto a la gravedad de la crisis que azota al planeta. Se esbozan algunas tímidas propuestas para mitigar, aunque sea parcialmente, sus consecuencias, y es precisamente contra esos intentos tibios que arremete Milei, como si fueran enemigos de su cruzada. Entre ellos se destacan el Pacto del Futuro y el Plan Futuro, aunque no son estrictamente equivalentes. Este último, de particular relevancia, se enfoca en la implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que abarca los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Justamente esos temas que Milei evita en sus proclamas, porque escapan a su programa. Son asuntos que versan sobre la pobreza, la desigualdad, la salud, la educación, el cambio climático y el desarrollo económico y energético sostenible; el acceso al agua, el trabajo, los derechos humanos y la agenda de género, entre otros.
En una perspectiva más amplia y de largo aliento, el Pacto del Futuro propone un multilateralismo reconocido, el fin de las guerras, la defensa de los derechos humanos y migratorios, la descarbonización, el avance tecnológico y, particularmente, el desarrollo de la inteligencia artificial. Grandes desafíos del presente y el mañana, que escasamente podrá resolver pero hace bien en expresar, aquellos que Milei decide desconocer, inmerso en su ignorante retórica incendiaria. Al momento de entregar estas líneas a edición, no había expuesto aún el presidente Lacalle Pou, impidiéndome el intento de trazar esbozos comparativos, como vengo haciendo en este espacio.
Lejos de las precisiones y las urgencias contundentes destacadas por expositores igualmente brillantes en su retórica, como Petro o Lula, algunos síntomas de la gravedad global se expresaron aún asordinados, como el llamamiento del secretario general Guterres, quien advirtió con un tono sombrío sobre la urgencia de impedir que el Líbano se convierta en otra Gaza.
El Consejo de Seguridad y la Asamblea General han abordado cuestiones como el establecimiento de fronteras, la protección de civiles, los asentamientos israelíes y el estatus de Jerusalén. Gaza ha sido el escenario de innumerables resoluciones que, con el tiempo, han exigido el cese de las hostilidades y la provisión de ayuda humanitaria. Pero, ¿es suficiente? En absoluto.
No obstante, estas resoluciones resultan un bálsamo, tal vez hasta un mero placebo. Aunque siempre preferible a la indiferencia, ante las expresiones más crudas de la barbarie como las del abandono de la neutralidad en favor de la teocracia terrorista imperial del sionismo o de las teocracias vecinas sometidas, todas las cuales no han arribado siquiera al umbral de 1789, momento fundacional del principio de los Estados seculares modernos. La desvergüenza de Milei no es más que la contundente prueba empírica de la lejana detención del reloj de la historia en aquella castigada región.