Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Columnas de opinión | Biden | Trump | Estados Unidos

China-EEUU

De Trump a Biden y de Biden a Trump

Biden aprobó un nuevo memorando de seguridad nacional que busca contrarrestar la creciente cooperación entre China, Irán, Corea del Norte y Rusia, y que pretende servir como hoja de ruta para el próximo mandato de Trump.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Dentro de dos meses, Joe Biden dejará la presidencia de Estados Unidos en manos de Donald Trump. Desde la histórica visita de Nixon en 1972, que marcó el inicio de la normalización de las relaciones entre Beijing y Washington, será el único mandatario —a excepción de Jimmy Carter (1977-1981)— que abandonará la Casa Blanca sin que su Air Force One haya aterrizado en suelo chino.

Tratándose de las relaciones bilaterales más importantes y decisivas de la historia moderna, no deja de ser una anomalía diplomática y un hecho político que refleja lo que fue la estrategia del presidente saliente hacia la República Popular China, “el desafío más serio a largo plazo para el orden internacional basado en normas”, y hacia su homólogo, Xi Jinping, al que dos veces calificó como “dictador”.

Fue su antecesor, y ahora sucesor, el primero en definir a China (junto a Rusia) como un “competidor estratégico” y una “potencial amenaza” decidida a hacer “las economías menos libres y menos justas, a hacer crecer sus ejércitos, controlar la información y reprimir sus sociedades para expandir su influencia” (diciembre 2017, estrategia de seguridad nacional).

La diplomacia internacional, y también el Partido Comunista de China (PCCh), pensó que Biden abandonaría los niveles de conflictividad sin precedentes que caracterizaron a la administración Trump y retomaría la senda de Obama que, a pesar de que su proyecto estratégico “Pivote Asia” estaba destinado a recomponer el equilibrio roto por la creciente influencia de China, mantuvo con ésta una política de “nuevo tipo de relaciones de poder” que le propusiera su homólogo, Xi Jinping, durante su reunión en California en junio de 2013.

Las expectativas duraron muy poco. Dos meses después de haber asumido como presidente, la Casa Blanca publicó en marzo de 2021 la “Guía Estratégica Provisional de Seguridad Nacional”, un texto de 23 páginas que expuso la perspectiva de la Administración de Joe Biden en el panorama internacional y los nuevos desafíos para Estados Unidos.

El documento identificaba clara y contundentemente a China como la principal amenaza para un orden internacional abierto y liberal y estableció las bases para contrarrestar el creciente poder del gigante asiático y "garantizar que Estados Unidos, no China, establezca la agenda internacional, trabajando junto a otros para dar forma a nuevas normas y acuerdos globales que promuevan nuestros intereses y reflejen sus valores”.

Esta posición fue luego confirmada y consagrada como doctrina oficial en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2022, cuando se plantea que «la República Popular China es el único competidor con la intención de reformar el orden internacional y, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo».

La esperanza de que Estados Unidos mejorara las relaciones con el “adversario-competidor” más importante de su historia se frustró, y a partir de entonces los expertos y analistas internacionales comenzaron a calificar la política del neopresidente de “trumpismo sin Trump”.

Son flagrantes las pruebas de continuidad de las posiciones y acciones contra China entre ambas administraciones en temas claves como el comercio, la seguridad, la tecnología y Taiwán. La diferencia es que Biden fue aún más allá y se encargó de reforzarlas, perfeccionarlas e incluso agravarlas, por lo que podríamos definirlas como “trumpismo versión 2.0 sin Trump”.

En el plano comercial, las relaciones sino-estadounidenses se hicieron aún más complicadas.

Se mantuvieron las sanciones a las empresas chinas, los límites a la inversión, las restricciones de todo tipo y la guerra arancelaria inaugurada por Trump se amplió, según Katherine Tai, como un instrumento “legítimo y constructivo” para revitalizar las industrias.

En este sentido, son por demás significativos los últimos anuncios de sustanciales aumentos arancelarios a los paneles solares, autos eléctricos y baterías “made in China”. Al momento de evaluar los efectos de esta nueva espiral arancelaria, la representante comercial de Estados Unidos no tuvo presente que hoy EEUU ya no es el primer socio comercial de China sino el tercero y que sus exportaciones a ese país representan ahora el 15 % de su del total vendido al exterior. El comercio exterior chino ha tenido cambios significativos y la disminución del intercambio con EEUU y otras potencias occidentales está más que compensada por el aumento de su relaciones comerciales con el sur global.

Además, ante el fracaso de la política arancelaria de Washington para reducir el déficit comercial con Beijing, Biden optó por una política más sofisticada y se concentró en abatir la dependencia de la cadena de suministros de la República Popular y, aún renunciado al concepto de “desacoplamiento”, bregó (y fracasó en el intento) por la “desvinculación” de las grandes corporaciones internacionales con China y por la "disociación" estratégica de la cadena de suministro, alentando la relocalización industrial en territorio propio y de países amigos.

Su secretaria del Tesoro, Janet Yellen, para justificar las restricciones a los productos chinos, desde hace un año acusa a China de “sobrecapacidad de producción”. Los dichos de la expresidenta de la Reserva Federal no tienen en cuenta que la industrialización china es única e incomparable por su magnitud y velocidad, que su participación en la producción manufacturera mundial es de casi un tercio y que, según datos de 2023, supera la suma total de los nueve países fabricantes que la siguen.

Durante su primera presidencia, Trump comenzó a apuntar a las empresas tecnológicas chinas por preocupaciones en materia de seguridad y embistió contra las grandes compañías, como el coloso mundial de las telecomunicaciones Huawei.

La tecnología fue uno de los aspectos claves de Biden, quien aprobó serias limitaciones al acceso de China a semiconductores avanzados, necesarios para el desarrollo de industrias estratégicas como la inteligencia artificial, y promulgó la Ley de Chips para recuperar la capacidad tecnológica a partir de la repatriación de tecnologías críticas.

Por su parte, en un esfuerzo por impedir que algunos países exporten equipos de fabricación de chips a China, el presidente demócrata ha ampliado los alcances de la ley de producto extranjero directo que prohíbe la exportación de ningún bien a ningún país si se fabrica con un cierto porcentaje de componentes de propiedad intelectual de Estados Unidos.

La guerra tecnológica contra China ha reducido efectivamente las exportaciones de chips y semiconductores de alta gama de las empresas estadounidenses, japonesas y europeas, lo que resultó en una disminución significativa de sus ingresos.

Japón y los Países Bajos, los dos países más importantes para equipos de fabricación de chips además de EEUU, se han resistido a los controles adicionales por el daño empresarial y a sus relaciones con China. ASML, la empresa tecnológica más valiosa de Europa (240 mil millones de euros, y líder mundial en la tecnología litográfica utilizada para fabricar los chips, declaró que estas medidas son para frenar a China y “no se basan en hechos o datos, sino en ideología”.

La seguridad fue una prioridad elevada a su enésima potencia por la Administración Biden, que reforzó y amplió uno de los casus belli de sus relaciones con la República Popular.

La cooperación militar y de seguridad entre Estados Unidos y los países del Indopacífico —estimulada por las crecientes tensiones en el Mar de la China Meridional o en el Estrecho de Taiwán— fue intensificada y reforzó el dominio militar de Estados Unidos en la región como nunca antes.

Biden aumentó en cantidad y calidad la presión sobre China, que se redobló con la multiplicación de maniobras militares con sus aliados de la región, más bases militares, nuevas armas y un amenazante despliegue de las fuerzas navales del Pentágono a miles de kilómetros de sus costas.

Para "defender los intereses compartidos" de las tres potencias anglosajonas en el Indopacífico, Estados Unidos, el Reino Unido y Australia anunciaron en setiembre 2021 la constitución de AUKUS, una asociación centrada en la cooperación en materia de seguridad, y hoy se plantean crear una nueva flota de submarinos de propulsión nuclear, con el objetivo de “contrarrestar la influencia de China en la región del Indopacífico”.

Una nueva alianza de seguridad es el pacto trilateral estadounidense-japonés-coreano (JAROKUS, por sus siglas en inglés), el cual fue anunciado el 18 de agosto de 2023 en Camp David, Estados Unidos.

En este contexto de acuerdos militares —que se suman al reactivado Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD) entre EEUU, Australia, India y Japón—, el primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, volvió a enfatizar la necesidad de una OTAN asiática que pueda contrarrestar de manera efectiva la influencia nuclear de China, Rusia y Corea del Norte, y compartir armas nucleares con EEUU o incluso introducirlas en la región.

Quizás el punto más alto y emblemático (y peligroso para la paz mundial) del trumpismo anti-China de Biden fue Taiwán, la más importante de las “líneas rojas” que no se deben cruzar en las relaciones bilaterales y, por ende, el lugar más probable en el que puede producirse un choque entre Estados Unidos y China.

Según un comunicado conjunto realizado con China en 1972, Estados Unidos “reconoce que solo hay una China y que Taiwán forma una parte de China”. Desde entonces, la política oficial estadounidense ha sido la conocida como “ambigüedad estratégica”, lo que significa que Washington no se comprometerá a acudir en defensa de Taiwán en caso de un ataque chino, pero al mismo tiempo declara que se opone a cualquier intento unilateral por parte de Beijing o Taipéi de cambiar el statu quo. En los hechos, significa oponerse a la reunificación de ambos lados del estrecho, quizás la reivindicación más importante e innegociable desde que Mao Zedong fundó la República Popular el 1 de octubre de 1949.

Si bien es cierto que Trump perforó, con gestos, acciones y declaraciones, el principio de una sola China, Biden incrementó los contactos políticos con gobernantes de la ex Formosa, impulsó las negociaciones económicas y multiplicó las ventas de armas. Taiwán ya ha solicitado a las fábricas estadounidenses más de 20.000 millones de dólares en armamento de distinto tipo y calibre, y el mes pasado anunció un pedido de casi 2.000 millones de dólares para sistemas de misiles.

Más aún,abandonando la ambigüedad estratégica, Biden aseguró en cinco momentos y sedes diferentes que acudiría en ayuda de Taipéi en caso de producirse un conflicto bélico con el Ejército Popular de Liberación, cuestión que Beijing quiere evitar pero que no descarta en caso de que Taiwán declare su independencia.

Sin embargo, fue un “Biden sin Trump” la ofensiva política e ideológica hasta ahora más lograda de la cruzada estadounidense contra China.

En su esfuerzo por reparar la imagen global de Estados Unidos, desdibujada por las políticas aislacionistas y hegemónica del “America First”, en su primer discurso internacional en la Conferencia de Seguridad de Múnich, Biden anunció por primera vez su “America is back” (Estados Unidos ha vuelto), alertó que las democracias liberales estaban bajo asedio y llamó a una alianza global para combatir los abusos de China.

Desde entonces, “la vuelta” de Estados Unidos a la diplomacia mundial se encargó de exacerbar las diferencias políticas e ideológicas como en los peores momentos de la Guerra Fría.

Para Biden, el mundo que vivimos es un binomio antagónico de democracias-autocracias, donde las primeras, lideradas por Estados Unidos, representan el respeto por el orden internacional basado en reglas y principios, las libertades y los derecho humanos; y las segundas, encabezadas por China, su principal amenaza.

La semana pasada, Biden aprobó un nuevo memorando de seguridad nacional que busca contrarrestar la creciente cooperación entre China, Irán, Corea del Norte y Rusia, y que pretende servir como hoja de ruta para el próximo mandato de Donald Trump.

Este enfoque estratégico marca una continuidad en la política de seguridad nacional de Estados Unidos. Independientemente de las diferencias políticas entre ambos, los unen sus esfuerzos por contrarrestar a China, que amenaza, no a las democracias liberales, sino a las aspiraciones de Washington de recuperar la hegemonía perdida.

El próximo 20 de enero Trump será el presidente número 47 de Estados Unidos. Me temo que será el turno de un “bidenismo sin Biden”.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO