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Cultura | Carlos Casacuberta | El Peyote Asesino | SITIO

Rebeldes y atrevidos

"Estamos todos muertos pero hay que bailar igual" con Carlos Casacuberta del Peyote Asesino

Carlos Casacuberta recorre en esta entrevista más de 30 años de El Peyote Asesino, y el espectáculo que organizan para el próximo 28 de septiembre en SITIO.

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Caras y Caretas Diario

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Caras & Caretas conversó con Carlos Casacuberta, con la excusa del espectáculo que organizan en SITIO para este mes. Dialogamos sobre la historia de El Peyote Asesino, el lugar que se han ganado en el rock latinoamericano, el ascenso, la disolución y el regreso de la banda en 2009, las influencias culturales del exilio en México y mucho más.

Es una tarde gris, fría y lluviosa pero Casacuberta no cancela y se presenta en nuestra redacción.

***

Te voy a contar una cosa. Cuando estaba en la escuela tenía un “cuaderno de la amistad”. En esos cuadernos había preguntas personales a los compañeros, sobre gustos y preferencias, una de las preguntas era: “¿Cuál es tu canción favorita?”. Entonces un amigo muy querido, con el que compartimos toda la escuela, escribió que su canción favorita era La Concha y su banda favorita el Peyote Asesino. Yo pensé que me estaba tomando el pelo, que lo había puesto por grosero.

¿Eso fue en quinto o sexto?

Sexto. Y claro, yo pensaba: “no puede haber una canción que se llame La Concha”. Años después, cuando conocí la banda, descubrí que sí, que existía, y me gustó mucho. Es que en ese entonces no era tan sencillo acceder a la cultura si vivías en un barrio pobre.

Esa canción es especial. Tiene un costado musical muy interesante y, al mismo tiempo, fue de las primeras en nombrar directamente a "la concha" en la música uruguaya. Había canciones más ligadas a lo masculino, que hablaban del pene —como las del Cuarteto de Nos, me agarré el pitito con el cierre o el que se cortó las bolas con una tijera—, pero no algo así. Hoy, en artistas como Bad Bunny, el lenguaje sexual explícito está normalizado, pero en los 90 era toda una novedad. Queríamos generar una reacción en el público, esa es la verdad.

La letra era brevísima, apenas tres líneas, muy al estilo de la poesía concreta brasilera. Después tenía como elementos del candombe de mesa, de borracho, del estar en un asado y todos tocar en la mesa.

Musicalmente tenía influencias de candombe, de Primus —que nosotros llamábamos Prímus no Praimus, como la cocinita de las abuelas—, de Mano Negra. Había algo tribal, funky, incluso tropical, pero tocado con guitarras distorsionadas. Todo arrancó con un pique debajo de nuestro bajista Daniel, que hacía sonido, era como un gesto, le pegaba con slap, con la mano izquierda, con derecha, con izquierda. Tocaba las notas al revés de todo, era algo casi tribal. Encima de eso, Juan el violero inventa como una melodía con todos los acordes disonantes, ninguna consonancia, lo que le llaman los músicos, el tritono, que son intervalos, de postre, el estribillo, que era una cosa poco común, era un estribillo de música tropical, pero tocado con viola distorsionada, como si fuera metal. Era como la metalización de la música tropical. Era una canción tremenda.

Atrevidos

Claro. Viste que ahora las canciones hablan de sexo de formas muy explícitas, casi que solo hablan de eso.

Siempre tuvimos un resquemor a tocarla, y no la estamos tocando, debo confesar. Algunos cuestionan la falta de consenso en la letra: te agarro, te chapo, te chupo la concha puede sonar a imposición. Sin embargo, nosotros siempre lo vimos como un lenguaje íntimo, que refleja la sexualidad desde otro lugar. Como pasó con Café Tacuba y La ingrata. Ingrata, no me digas que me quieres, y la canción terminaba con que el tipo decía tendré que encajarte un par de balazos pa que te duela... Era una parodia, de todas las rancheras mexicanas que siempre terminaban a los balazos. A las mujeres en las canciones rancheras muchas veces las matan, las matan a balazos, las matan por amor, las matan porque eras mía, las matan porque me dejaste, porque me incomodaste, porque se me cantó;

Entonces la canción trataba de hacer una parodia, era sarcástica y hacía con las mismas formas musicales de la ranchera. Eramos chiquilines en esa época cuando escribíamos esas canciones. La concha es del año 94 e ingrata es del año 89. Ellos le cambiaron la letra, qué sé yo, en nuestro caso no lo haríamos. La canción refleja su tiempo.

Sin embargo, El Peyote nunca buscó ser políticamente correcto.

No, para nada. Nuestras letras nacieron de una época concreta. En los 90 había bronca, desconfianza, nihilismo. Veníamos de una crisis económica, de frustraciones de la democracia joven. Y el Peyote apareció como un personaje colectivo, visceral, creado por Fernando Santullo. Era una mezcla de rabia, ironía y humor.

El peyote asesino iba por ahí, recibía mucha violencia, El tipo estaba en la cancha, se siente a sus anchas, pero me mete en una plancha / Revancha es lo que pido, pero no solo me parten la rodilla, se quiebra todo.

Aquellos frustrantes años '80

Es un personaje que tiene cierta identidad nacional, ¿No?

Bueno, los '90 fue un momento donde toda América Latina vivió cierto espejismo social, era la época del dólar barato, la guita fácil, los experimentos, como el menemismo. Esa idea de que Vamos a ingresar en el primer mundo.

El Peyote Asesino representa la desconfianza en todo eso, esa desconfianza un poco uruguaya. Veníamos de esa época como muy frustrante... En los 80, éramos chicos nosotros. Cuando regresa la democracia, hay expectativas que no se cumplen, la situación económica es complicada, hubo una crisis brutal en el año 82, que se dio vuelta todo, que la gente se fundió, quedó endeudada, hubo una devaluación, hubo desempleo.

Había en los '80 y '90, en las bandas de rock uruguayo under por lo menos que conozco, un marcado malestar generalizado, bronca, violencia.

Sí. La lluvia cae sobre Montevideo de Los Traidores.

O Solo de Los Estómagos

Claro, y me siento mal ... Nadie estaba para expresar optimismo ni alegría, todo el mundo estaba para expresar esa terrible frustración. Y un poco bajón. Y un poco rebeldía. El Peyote tiene su rebeldía, pero en el momento que va a dar el gran grito de liberación, se da cuenta de lo ridículo de la situación y te hace un chiste.

El ritmo de las balas esta marcando el compás los muertos que no registran la masacre están vacías las plazas y en los bares los sonrientes las sirenas psicodélicas tocan himno nacional Dame un beso nena lo que quiero es tu saliva estamos todos muertos pero hay que bailar igual.

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El tránsito de El Peyote

¿Cómo fue la recepción del público?

Al principio tocábamos para 20 personas. Luego fueron 100, 200… hasta llenar salas. Ganamos un concurso, grabamos un videoclip y el fenómeno empezó a crecer. Gustavo Santaolalla, que era el productor, que en ese momento era el líder de la creación musical de las bandas que integraban el rock latino, se interesó en nosotros y se puso a trabajar con el grupo para crear un disco nuevo. Habíamos creado una especie de estudio. Levantamos una pared de madera; la hicimos nosotros, cortando tablas, una pared rellena de arena. Creamos ese lugar, ensayábamos ahí y fuimos construyendo un disco que se llamó Terraja.

Era una manera de decir que lo despreciado —eso que se asocia al mal gusto— tiene en realidad un trasfondo de clase. Ser "terraja" implica ser de abajo, no tener acceso al refinamiento ni al “buen gusto”, andar con lo que se pueda. Y nosotros en esa idea de terraja encontramos elementos de inspiración: esa música venida de lo marginal alimentó nuestras canciones. Es algo que también pasó con otros movimientos culturales: la música tropical, los metaleros —que siempre fueron vistos como terrajas por el pelo largo— o el hip hop, que nació en la comunidad negra, afuera de la academia, y con apenas una máquina, dos bandejas y un micrófono generó un lenguaje musical nuevo, sin necesidad de partituras.

Gustavo Santaolalla se interesó y produjo Terraja en Los Ángeles, algo inédito para una banda uruguaya. Pero no supimos sostenerlo: éramos jóvenes, con trabajos muy precarios, no podíamos dedicarnos 100% a la música. La banda se disolvió en 1998.

En 2009 nos reencontramos y la música volvió a fluir como si nada. Grabamos Serial y acá estamos.

¿Sienten que ahora hay otra madurez?

En los '90 la banda estaba muy atenta a lo que pasaba en el mundo. Era un momento de ebullición: abrías la puerta y te encontrabas con Nevermind de Nirvana, con el Blood Sugar Sex Magik de los Red Hot Chili Peppers, discos que marcaron una época. Al mismo tiempo, el hip hop —surgido a fines de los '80— se expandía con una fuerza enorme e influenciaba toda la música. Para nosotros fue clave: escuchábamos a Public Enemy, a Cypress Hill, a House of Pain, a los Beastie Boys, nos fascinaban los Beastie Boys. También en el rock aparecían bandas como Helmet, que hacían cosas muy creativas con las guitarras y abrían coordenadas nuevas. Había muchísimo ocurriendo, y nosotros éramos una esponja: absorbíamos todo y lo procesábamos con una lente bien uruguaya.

Exilio

Sé que varios de ustedes vivieron en el exilio.

Sí. En el caso de Juan su padre era director de teatro, le cerraron la sala y lo llevaron preso. Cuando lo liberaron, se fue directamente a Buenos Aires. El padre de Fernando, que era sindicalista, tuvo que asilarse en la embajada de México, que en ese momento daba refugio a muchos perseguidos uruguayos.

Mis padres vivieron otra situación porque eran profesores de la universidad. Cuando la dictadura intervino la institución, perdieron sus trabajos. Sobrevivieron gracias a la colaboración de amigos, pero era insostenible. Recibieron una oferta laboral en México y se fueron en 1975.

¿Y sienten que ese exilio dejó una marca cultural o musical?

Sí, muchísimo. Para nosotros, que éramos niños, fue entrar a un mundo fascinante. México es un país lleno de colores, de cultura, de comidas distintas, de música en todas partes. Pero al mismo tiempo estábamos separados de nuestra vida anterior, sin familia, sin amigos, con otra escuela, otro barrio, otra manera de hablar. Era mucho para asimilar. Muy estimulante, aunque también fue difícil de integrarse. Fue una experiencia dura pero enriquecedora.

En México la música estaba en todos lados: en la calle, en los ómnibus, en las fiestas. Escuchábamos de todo: música melódica, tropical mexicana, salsa. Y en el liceo también aparecía con fuerza el rock mexicano, que tenía un estilo propio. Estaban La Maldita Vecindad, Botellita de Jerez, lo que después fue El Tri… bandas con una personalidad enorme. Todo eso nos marcó mucho.

¿Cuánto tiempo estuvieron allá?

Entre ocho y nueve años. Volvimos entre 1984 y 1985, cada uno en momentos distintos, pero todos más o menos en esa época.

Cita en SITIO

Feed-Mota&Peyote

Me llamó la atención, el afiche con las máscaras y la estética de lucha libre mexicana, que hicieron para el espectáculo del próximo 18 de septiembre.

La lucha libre es un espectáculo donde hay fuerza y acrobacia, pero también mucho teatro, farsa y exageración. De hecho, el nombre “Peyote Asesino” viene de un cómic mexicano donde aparecía un grupo de luchadores con identidades estrafalarias: uno de ellos era justamente "El Peyote Asesino".

Era un personaje de ficción, al lado de otros como “El Santo” o “La Tetona Mendoza”, todos luchadores freaks, medio al borde de la ley. Ahí también estaba esa contradicción: el peyote, en la tradición mexicana, es una planta sagrada, curativa, vinculada a lo espiritual; pero en el cómic aparecía convertido en un luchador asesino. Una mezcla entre lo místico y lo bizarro, que nos resultó fascinante.

Contame de este espectáculo que organizaron con otras dos bandas.

El concierto tiene varios condimentos. Primero, la banda invitada: La Chancha Muda, de Argentina. Ellos se hicieron amigos de Motta, una banda uruguaya que en el último año creció muchísimo, empezó a tocar fuera del país y a tejer vínculos con el rock argentino. Uno de esos lazos es justamente con La Chancha Muda, que va a ser la encargada de abrir la noche.

Después viene el show de Motta. Con ellos tenemos una amistad de larga data: conocemos a varios de sus integrantes desde la época de Once Tiros. Me acuerdo de haber ido hace muchos años a un estudio casero cerca del zoológico a grabar voces para un disco de Once Tiros. Esa relación se mantuvo y se renovó con los años.

En particular, Pablo —el cantante de Motta— siempre ha sido un invitado recurrente en los shows del Peyote. Le pone una pasión enorme a nuestras canciones, y a nosotros nos encanta compartir escenario con él. Por eso, este concierto es también una manera de celebrar esa amistad, con humor y complicidad.

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