Hoy, el libro Pioneras es un acto de justicia narrativa. Es un lugar donde esas mujeres, a quienes tantas veces se les negó el derecho a ser protagonistas, toman la palabra y el centro de la escena. Para Sarita, ser parte de esta obra es también dejar una herencia: “Es importante que las nuevas generaciones sepan que no todo empezó con ellas, que hubo otras que abrieron el camino con mucho sacrificio y sin garantías”.
Cuando uno escucha a Sarita hablar de su historia, visualiza la emoción y los sacrificios. La suya es una vida marcada por la terquedad del deseo, por la necesidad de no quedarse quieta, por el derecho a jugar, a decidir, a ser.
Sarita háblame de tu niñez, de tu familia. ¿Cómo llega el fútbol a tu vida? Porque no era tan común en esa época que las niñas jugaran al fútbol.
Bueno, tengo que empezar desde chica, porque tengo un historial. Mi familia está conformada por un padre inmigrante catalán. Eso es muy importante, porque marca mi presencia hoy, mis características. Mi padre vino producto de la Guerra Civil Española. Se vino después de pasar varias penurias y cayó aquí en Montevideo. Se acercó a la colectividad catalana.
Y del otro lado está mi madre, una correntina del interior —muy del interior—, que se fue a estudiar a la ciudad porque en el lugar donde vivía no había oportunidades. La llevan a la ciudad de Corrientes, y en uno de esos intercambios con sus amistades, termina en Montevideo, en un baile en el Casal Catalá de esa época. Ahí se cruza con este catalán, José Figueras, y mi madre, Sara Sánchez. A partir de ahí empieza una historia de intercambio de cartas, un noviazgo a distancia que terminó en casamiento.
¡Qué historia!
Lo cuento porque, claro, sí, yo soy uruguaya, pero en realidad tengo sangre correntina, argentina, y sangre catalana. Entonces, todo lo demás —el amor al país— viene por haber nacido acá. De esa conformación familiar nacieron mis dos hermanos mayores. Me llevan 13 años uno y 10 el otro. Yo vine a ser algo que no fue planeado. Mi madre me tuvo a los 40 años y mi padre a los 52. Fui una hija de la vejez, bastante malcriada.
Pero ¿qué pasa? En esta familia mi padre siempre fue deportista. Siempre. Además de deportista, fue dirigente. Era muy amante del atletismo, hincha de Stockolmo. Y bueno, eso hizo que tanto mis hermanos como yo nos criáramos en un ambiente muy vinculado al deporte. En particular, al atletismo, y dentro de la colectividad catalana. Digo esto porque ese entorno marcó mi vida, tanto la actual como la de antes.
Empecé como deportista, y tuve la suerte de destacar en el atletismo. Pude participar en sudamericanos, juveniles y de menores. Y en un momento crucial de mi vida me di cuenta de que acá, en Uruguay, no podía proyectarme mucho. Tuve la oportunidad de estar en un centro de alto rendimiento en Manaos, al lado de selecciones y atletas que se preparaban para competir en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Después de esa experiencia maravillosa, volví a Uruguay con mi bolsito.
Me enfrenté con una realidad dura... era muy difícil seguir entrenando a ese nivel, con ese horario, y además estudiar. En ese momento yo recién empezaba la Facultad de Ciencias Económicas. Coordinar todo eso me afectó muchísimo. Me preguntaba: “¿Para dónde sigo? ¿Cómo hago para rendir en el atletismo y alcanzar las marcas que me permitan cumplir ese sueño de ir a unos Juegos Olímpicos? ¿Y, al mismo tiempo, estudiar y recibirme como esperaba mi familia?” También quería tener una vida. Esas cosas que le pasan a cualquier persona.
¿Tenías 18 años?
Sí, tenía 18. Y en ese entonces, un día volviendo de mis entrenamientos, paso por una cancha de fútbol que quedaba cerca de casa y veo mujeres jugando al fútbol. ¡No lo podía creer! Porque toda mi infancia y mi preadolescencia la pasé jugando al fútbol en la calle con los amigos de mis hermanos —todos diez años más grandes que yo—. Después, claro, empecé con el atletismo. Tenía condiciones físicas y técnicas para correr, pero las técnicas con la pelota las había adquirido en la calle. No tenía la formación que por suerte tienen hoy las gurisas, que pasan por un proceso desde infantiles o juveniles.
Y es en ese momento, en 1996 —año en que empieza el boom de la federación del fútbol femenino en la AUF— que me encuentro con las que yo llamo las pioneras. Eran las primeras mujeres federadas. Creo que fue por agosto, y yo me las crucé por ahí, a fines de agosto o en setiembre, en esa misma cancha.
Las miré desde la puerta. Ahí estaban los de Bella Vista, cobrando entrada y controlando quién entraba. Les pregunté: —¿Cómo es esto? ¿Cómo se puede jugar? ¿Cómo se puede entrenar? Y me respondieron: —¿Cómo te llamás? Venite a la cancha, entrenamos acá, martes y jueves a las 20 h —o a las 19, no recuerdo bien. Yo me fui corriendo a mi casa. Y después me contaron que, al verme irme trotando, dijeron: —A esta no hay que dejarla ir.
Claro, yo venía de entrenar de lunes a sábado todos los días. Tenía otra dinámica. Y bueno, empecé a mezclar el atletismo con el fútbol. Pero llegó un momento en el que vi que no podía con ambas cosas. Y a mí siempre me apasionó el fútbol. Me encanta hasta el día de hoy. Así que me federé y empecé a jugar.
¿Y cuándo llegaron las primeras competiciones?
Enseguida. Me acuerdo que al mes me dijeron: —Bueno, vas a jugar acá, en el medio. ¡Imagínate! Yo no tenía idea de nada, venía de otro mundo. No había internet como ahora, entonces no era que podías googlear o mirar un video. Me tuvieron que empezar a enseñar qué era jugar “de líbero”, qué era jugar “en el medio”. Yo era una loca que tiraban a correr porque físicamente no me costaba nada. Estaba muy bien entrenada. Pero claro, tenía que adaptarme a otras cosas… a la táctica, a lo técnico.
Igual, creo que me las arreglé bastante bien. Porque al poco tiempo hubo un llamado para la selección y… bueno, Jorge Borgel fue uno de los que anotó mi nombre. Y ahí fue cuando me cambió el destino. Porque capaz que si no me llamaban a la selección, no me hubiera decantado 100% por el fútbol. Pero en ese primer llamado, me tuve que enfrentar a mi entrenador de atletismo —que hasta el día de hoy, cuando me lo cruzo, todavía me lo reclama— para decirle que no seguía, que me iba al fútbol. Y a mi padre… bueno, ese era otro tema. Difícil también. Pero ahí fue.
¿Cómo se percibía en ese momento, socialmente, que una mujer jugara al fútbol de forma más... organizada o profesional?
¡Pero yo no era profesional! Faltaba mucho para eso… ¡Kilómetros faltaban! Lo que había era el principio de algo. Equipos que te daban una camiseta y vos jugabas bajo ese nombre. Quisieras o no, era una forma de organización como deporte federado, aunque muy menor. No se podía comparar con el fútbol masculino, ni cerca. Y sí, era raro. Yo creo que a todas nos costaba, en ese momento, decir: “Sí, yo juego al fútbol”. Porque rompías esquemas, rompías con la visión de cómo se suponía que te tenían que ver. Había que tener mucha personalidad, mucho apoyo familiar. Y bueno… también sentirte feliz.
No fue fácil. Imaginate, había mujeres grandes, pero muchas de nosotras éramos adolescentes, y en ese proceso íbamos marcando nuestra personalidad. Pero claro, cuando algo te gusta… por lo menos en mi caso, siempre fui muy terca. Y terminaba saliéndome con la mía.
¡Muy bien! ¿Y cómo fue la experiencia de competir con más dominio de la técnica?
Para mí hay algo que siempre dijimos, sobre todo quienes después tuvimos la suerte de tener técnicos… técnicos profesionales, no improvisados. Nosotras empezamos siendo dirigidas, por ejemplo, en mi caso, por el canchero. Y lo digo con cariño, porque me enseñó un montón de cosas, pero no estaba formado como técnico. Hoy vas a la AUF y tenés que tener el carné habilitante para dirigir. En aquel momento, no. Se armaban los cuerpos técnicos con lo que había; si había dos personas, era mucho. Me acuerdo de ese primer técnico y de todo lo que me enseñó.
Pero claro, todo es un proceso. Para mí fue espectacular ponerme un par de canilleras por primera vez en mi vida. Venía de un deporte individual, muy intenso y sacrificado, que me ayudó, pero el fútbol implicaba otras cosas... confiar en las compañeras, trabajar en equipo… fue todo un aprendizaje. Las historias que hay ahí son de sacrificios enormes, como vender rifas para poder pagar viáticos y que las chicas pudieran venir a entrenar.
Y no solo en el club, también en la selección mayor de fútbol, representando a Uruguay. Hicimos un montón de sacrificios, sabiendo además que no se nos visualizaba. A los varones también les pasa, pero en aquel entonces no lo veíamos como un trabajo a futuro. Estábamos haciendo el camino para las que venían atrás. No pensás tanto en el futuro, pero después te das cuenta de que esos esfuerzos quizás faciliten el camino a otras. Creo que hace 30 años que venimos haciendo lo mismo…
¿Y llegaron a viajar al exterior?
Hubo muchas promesas de viajes, por ejemplo a Alemania, pero no siempre se concretaban. En marzo de 1998 se hizo obligatorio que todas las federaciones participaran en el Sudamericano femenino. Antes había habido otras copas, pero no eran obligatorias, y Uruguay nunca había ido. Entonces se armó por primera vez una selección oficial. Eso implicó federar a los clubes, buscar a todos los cuadros que venían manteniendo el fútbol femenino desde el amateurismo.
Se armó todo desde cero... un entrenador, un preparador físico, un entrenador de arqueras… todos hombres, pero bueno, por suerte eso ha ido cambiando. Hicimos varios amistosos con Argentina, que estaba en una situación similar, aunque un poco más avanzada. Nos comimos varias goleadas.
¿Cómo recibiste la noticia de participar en el libro Pioneras?
Al principio no entendía nada. Me había olvidado completamente de la entrevista. Me había encantado, porque tanto Nati (Natalia Rovira) como Fiorella (Fiorella Rodríguez) fueron muy cálidas. Creo que fue en pandemia. Jamás imaginamos que las entrevistas terminarían en un libro. Cuando llegó la invitación, pensé: "¡Qué bueno!", pero no le di mucha importancia al principio. Después, hablando con otras compañeras, caímos en cuenta de lo importante que era. Porque somos nosotras hoy, pero podrían haber sido otras. Lo importante era que quedara en papel, en digital, en la historia.
Fue como un reconocimiento. Un premio. Lo valoramos mucho con el tiempo. Armamos dos grupos de WhatsApp —uno oficial y otro más informal— y logramos reencontrarnos. Jugadoras que habíamos sido rivales en clásicos, contando anécdotas y riéndonos de lo mismo. Queríamos decir algo más con esto: “A nosotras también nos pasó”. Quisimos armar un proyecto para llegar a más personas, para ayudar a otras a romper las barreras que nosotras rompimos. Quizá eso venga más adelante.
Los cambios para lograr grandes cosas a veces parecen lentos. ¿Cuántos años jugaste al fútbol?
Jugué entre los 19 y los 23 o 24. Después paré un poco porque quería recibirme, y lo logré: soy contadora pública. Más adelante volví. Después tuve una lesión complicada jugando fútbol playa: me desgarré un músculo. También hubo varios desánimos, desplantes de la Federación, cosas mal manejadas a nivel dirigencial. Me desilusioné mucho.En 2008 volví a jugar con un grupo de universitarias autogestionadas, que también querían pelear por cambios. Me sentí muy acompañada. Estuve unos 3 o 4 años más, pero luego sentí que ya no estaba en el nivel que quería. Surgió la posibilidad de hacer el curso de técnica de fútbol y me animé.
¿Sos DT entonces?
Sí. Empecé en 2013. Hice varias pasantías, siempre dirigiendo mujeres. En 2014 y 2015 dirigí en la Liga Universitaria. En 2016 decidí ser madre sola, porque tenía 38 años y sentía que era el momento. Eso implicó un parate, y cuando nació mi hijo me vinculé al club Liverpool, en juveniles. Estuve cuatro años ahí, con mi hijo a cuestas. Los últimos dos años fueron en plena pandemia. Mi hijo tenía 5 años. Me di cuenta de que no podía con todo... trabajaba 8 horas como funcionaria pública, y además era técnica principal de dos planteles, Sub 16 y Sub 19. Era de lunes a viernes en alojamiento, partidos los fines de semana. El costo familiar fue altísimo. Después de la pandemia pedí licencia, en 2021.
El año pasado me integré a la Federación de Atletismo como dirigente. Por eso te contaba toda la historia... porque ahora estoy cerrando el círculo. Fui atleta, futbolista, técnica… y hoy soy dirigente, como mi padre. Es la primera vez que lo cuento así.
Un ciclo hermoso.
Y en eso estoy.
Muchísimas gracias, Sarita.
Por favor. Gracias a vos.