La contraofensiva anunciada en varias oportunidades por el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, finalmente comenzó en los últimos días de agosto y se encuentra en desarrollo. Las fuerzas ucranianas la iniciaron en primer lugar por el sur, en Kherson, con avances hasta ahora limitados y, poco después en el noreste, en Kharkiv, a una velocidad y profundidad que pocos anticipaban, en una guerra que ya lleva más de seis meses desde el inicio de la “operación militar especial” iniciada por Moscú el pasado 24 de febrero.
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Zelenski anunció el lunes en la noche haber recuperado 6.000 kilómetros cuadrados. Se difundieron imágenes de soldados ucranianos con la bandera en pueblos retomados por el Ejército, algunos importantes, como Izium. Los videos difundidos parecían improbables semanas atrás, cuando la guerra se encontraba marcada por pequeños avances territoriales rusos y cierto estancamiento. Moscú había logrado hasta entonces controlar la totalidad de Lugansk, tener un corredor para unir por tierra Crimea hasta Rusia sobre la franja del mar de Azov, y los frentes más activos estaban en Donetsk, con una progresión lenta.
Lo sucedido a partir de la contraofensiva comenzó a cambiar ese mapa. Existían señales de que podría suceder: un discurso siempre cerrado a toda negociación por parte de Zelenski quien afirmaba que solo dialogaría una vez que Rusia se retirara del país; el constante envío de armamento occidental y el entrenamiento para su uso en Ucrania o fuera, como en Reino Unido; incursiones con drones en Crimea. Hasta que comenzó la contraofensiva y sorprendió a muchos, en una guerra que sigue sin final breve a la vista.
Una nueva etapa
La guerra tuvo dos momentos centrales antes del actual. El primero ocurrió con el inicio de la “operación militar especial”, cuando Rusia ingresó por el sur, el este, el norte, llegó a las inmediaciones de Kiev y golpeó hasta el oeste del país, cerca de la frontera con Polonia. El segundo comenzó a fin de abril, cuando Moscú anunció el inicio de la segunda fase, se retiró de Kiev y las regiones cercanas y concentró las fuerzas en la región del Donbás para, entre otros objetivos, recuperar las fronteras originales de Lugansk y Donetsk. Allí tuvieron lugar batallas claves, como la del puerto de Mariúpol, centro del Batallón Azov, neonazi.
Durante el transcurso de ese tiempo, y en particular en los últimos meses, Ucrania mantuvo una posición de defensiva, con el intento de retener el avance ruso a lo largo de la extensa línea de frente. Ese tiempo sirvió para la llegada al país de armamento extranjero que resultó importante para modificar la correlación de fuerzas y permitir la contraofensiva en marcha, como los cohetes de artillería estadounidenses de alta movilidad Himars, los misiles antirradiación de alta velocidad HARM, y los cañones antiaéreos de los blindados alemanes Gepard.
El respaldo militar se mantuvo durante ese tiempo encabezado por Washington, que formó en abril el Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania, con centro en su base militar de Ramstein, en Alemania, corazón de la Unión Europea (UE). El Grupo se reunió nuevamente el pasado 8 de setiembre, encabezado por el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, donde aprobó un nuevo desembolso militar por 675 millones de dólares y, sobre todo, ratificó y subrayó que la asistencia militar será “a largo plazo”. “La guerra en Ucrania está cambiando, al igual que la misión de este Grupo de Contacto”, afirmó, en referencia a la contraofensiva de Kiev.
“Los líderes estadounidenses, desde el presidente Joe Biden para abajo, están teniendo cuidado de no declarar una victoria prematura después de la ofensiva ucraniana”, escribió, a su vez, la agencia Associated Press en una frase con cierta disonancia respecto a numerosos titulares exitistas con los avances y un horizonte de triunfo de Ucrania. Los logros alcanzados por la contraofensiva están en efecto acompañados de preguntas y de pronósticos inciertos, debido no solamente a que mucho de lo anunciado por Kiev y varios medios se encuentra cruzado por la dimensión de propaganda, sino por una pregunta central: ¿qué hará Rusia?
¿Qué sucedió?
“Se tomó la decisión de reagrupar las tropas rusas estacionadas en las regiones de Balakleya e Izium para aumentar los esfuerzos en dirección de Donetsk. Con este fin, en tres días, se llevó a cabo una operación para restringir y organizar el traslado de tropas Izium-Balakleya al territorio de la República Popular de Donetsk […] Para evitar daños a las tropas rusas se infligió una poderosa derrota de fuego al enemigo utilizando aviación, tropas de misiles y artillería. Durante tres días, más de dos mil combatientes ucranianos y extranjeros fueron destruidos, así como más de cien unidades de vehículos blindados y artillería”. Así afirmó el primer comunicado del Ministerio de Defensa de Rusia pasados varios días de la contraofensiva.
La explicación dejó varias preguntas abiertas en vista de lo que pareció una retirada desordenada de las posiciones rusas, sostenidas por la Guardia Nacional Rusa -no por el Ejército- y fuerzas de las Repúblicas Populares. Una de ellas es por qué no existió anticipación acerca de lo que sería la contraofensiva, o si tuvo lugar una subestimación de la misma, que obligó a una retirada para evitar, se estima, ser rodeados en una peligrosa bolsa. La acción ucraniana dejó en evidencia una fragilidad de la línea de defensa rusa en una “operación especial militar” que tiene movilizados unos 140.000 efectivos dentro del territorio.
El costo para Rusia significó un retroceso de las posiciones avanzadas durante los últimos meses. Para los habitantes de los pueblos ahora nuevamente bajo control ucraniano se estima otro costo: el castigo a quienes sean acusados de haber ayudado o simpatizado con las fuerzas rusas. Moscú ya informó que cerca de 20.000 civiles de esas localidades han partido hacia Rusia. En cuanto al saldo para Ucrania también parece ser alto, como relató para The Washington Post el periodista John Hudson, quien visitó hospitales con soldados integrantes de la contraofensiva: “‘Perdimos a cinco personas por cada una de ellas’, dijo Ihor, un comandante de pelotón”, relató el periodista.
El impacto militar y mediático despertó debates y críticas dentro de Rusia. Una de las ideas que circuló a través de diferentes medios fue la posibilidad de que Rusia finalmente pase de una “operación militar especial” a una guerra con movilización general. Esto no solamente por lo ocurrido con la contraofensiva, sino porque Rusia no enfrenta solamente a Ucrania, sino al conjunto de países que envían armamento, personal para la formación, financiamiento, y son, de hecho, quienes han permitido a Kiev llegar hasta este punto.
¿Qué sigue?
La guerra no parece tener un punto de finalización cercano y el tiempo es un factor clave. El enfrentamiento lleva más de seis meses con desgaste para ambos lados, en particular para Ucrania, que exhibe números económicos en rojo: el país está en riesgo de ir a una hiperinflación, enfrenta una disminución de la producción, tiene 6,8 millones de desplazados fuera del país más los internos, la contracción anual de producción está prevista en 33%, y según el Banco Mundial el daño total causado por la guerra a la infraestructura y vivienda es de 97.400 millones. “La infraestructura debe reconstruirse antes del invierno para que las personas sobrevivan, lo digo literalmente”, afirmó recientemente el primer ministro del país, Denys Shmyhal.
Rusia, por su parte, mantiene, aun con los impactos, una solidez económica con fortaleza del rublo, un superávit previsto para 2022 y una profundización de sus relaciones comerciales con la región de Asia-Pacífico, potencias como India, como evidenció el reciente Foro Económico Oriental desarrollado en la ciudad rusa de Vladivostok. Las sanciones económicas no lograron doblegar al gigante euroasiático que cuenta, a su vez, con que el golpe económico en Europa obligue a la UE a modificar su posición en la guerra.
“La brecha que separa a las élites occidentales de sus propios ciudadanos se está ampliando. Europa está a punto de arrojar sus logros en la construcción de su capacidad de fabricación, la calidad de vida de su gente y la estabilidad socioeconómica en el horno de las sanciones, agotando su potencial, como lo ordenó Washington en aras de la infame unidad euroatlántica […] Esto equivale a sacrificios en nombre de preservar el dominio de EEUU en los asuntos globales”, afirmó Putin en el foro.
Los cálculos de tiempo ocurren en un momento clave: el inicio en Europa y en el frente de batalla del otoño-invierno con el frío que puede durar largos meses, en un contexto de aumento de precios de la energía que forma parte de la guerra, con el consecuente impacto inflacionario, golpe sobre la producción, y el posible desencadenante de protestas que ya comienzan a registrarse en algunas geografías europeas. Los meses por venir pueden resultar determinantes para una guerra a la que nadie pone por ahora una posible fecha de finalización.