La barbarie
Es que para estas mujeres la vida en la calle es una repetición de violencias, reflexiona la activista. “A veces, te acercas unos minutos y las mujeres te empiezan a contar sus historias de abuso. En estos casos no podemos irnos y dejarlas ahí, con esa activación, porque sabemos que ese día van a consumir mucho más o que, si no consume, ese día lo va a hacer. Entonces hay días que nos hemos tenido que quedar horas en una plaza hasta asegurarnos de que haya cierta regulación emocional. Otras veces debemos detener el relato porque hay una fantasía de que hablar sana, pero este proceso debe ser lento y cuidadoso”, señala, subrayando la responsabilidad de la escucha. “Nosotras somos muy respetuosas con las tareas que realizamos, que las definimos como intervenciones educativas. Cada acercamiento es un acto educativo y para eso hay que tener formación y espalda. Nuestro activismo no implica solo entregar toallitas y buena voluntad. Nos acercamos con esa excusa e inmediatamente se abre ese vínculo educativo, donde se tocan otros temas como la sexualidad, la violencia, los abusos, el consumo y un montón de realidades que también queremos visibilizar”.
En las calles, la violencia de género se manifiesta de múltiples maneras. “Es una barbarie”, aseguró Vallejo y contó que algunas mujeres son violentadas, abusadas, mientras otras forman parte de casos de trata de personas o son prostituidas. “Una mujer me lo transcribió clarito cuando me dijo: 'Cuando lo único que tenés es tu cuerpo, lo vendés'”. Para la educadora sexual, la prostitución en la calle no es un trabajo, sino una forma de sobrevivencia impuesta por un Estado que ha fallado en proteger a sus más vulnerables. “Y cuando digo barbarie es porque hay vivencias que se desconocen y que no llegan ni siquiera a los dispositivos o policlínicas que atienden a esta población, como ver salir a mujeres de una boca de pasta base, rengueando y con dolores abdominales porque fueron violadas. Muchas son prostituidas, contado por ellas, a cambio de una Coca Cola de litro, un porro o un poco de pasta base. La prostitución en la calle es vivida contra la pared o contra un contenedor, en unos pocos minutos. Y también hay muchos hombres que viven en la zona céntrica, en apartamentos lindos, que hacen subir a gurisas por doscientos pesos o menos. Y eso es algo que también queremos denunciar, que son usadas. Sé que es fuerte, pero es lo que pasa”.
Rutinas de calle
Sobre las rutinas de estas mujeres, Vallejo contó que durante el día, caminan mucho y, contrariamente a lo que se cree, muchas trabajan o buscan la forma de generar ingresos. “Se rescatan cuidando coches, otras hacen feria o piden ropa y la venden o la cambian por otros objetos. Mucha gente dice que son vagas, pero casi nunca están quietas. De hecho, muchas de las consultas médicas que hacen es por inflamaciones de pies o ampollas, de tanto caminar. En la noche también caminan muchas horas para sacarse el frío o para no dormir, por los riesgos que les implica estar acostadas, por el miedo a ser agredidas”.
Se concentran en toda la zona del Municipio B, cerca de 18 de Julio, en ciertas plazas o paradas particulares donde hay más gente y más luz. “Buscan lugares seguros por miedo a ser agredidas por hombres en situación de calle, por las famosas barras antipasta y, actualmente, por la Policía que las corre todo el tiempo y les quita sus pertenencias”. Otro motivo por el cual eligen zonas céntricas, cerca de bares y boliches, es por las posibilidades de conseguir alimento. “En las volquetas de estas zonas es donde pueden encontrar comida más interesante, ya que en la periferia la pobreza es tal que no encuentran nada”.
De las charlas que mantiene el equipo con estas mujeres, se desprenden algunas necesidades muy recurrentes, más allá del alimento, los ingresos y la salud: “Ellas reclaman algo muy concreto y básico como los baños y, más a nivel simbólico, quieren que se las mire como mujeres dignas y que no se las juzgue por vivir en la calle, ya que “sobre ellas recaen muchos más estigmas y prejuicios que sobre el varón, por ejemplo, ‘habrá dejado a los hijos’. Muchas veces las propias familias las dejan más solas porque les pasan ese tipo de facturas”.
Un proyecto necesario
El proyecto Menstruar en la calle comenzó a idearse en 2019 como una respuesta a una necesidad básica y urgente: la gestión de la menstruación en las mujeres que viven en la calle. Vallejo, quien ya tenía experiencia trabajando con personas en situación de calle, notó que las políticas existentes no diferenciaban entre hombres y mujeres. "Muchas mujeres nos preguntaban si teníamos toallitas, por lo que vimos que era una necesidad que no estaba resuelta. Nosotras buscamos poner a la mujer de calle en el centro porque, como pasa con todas las temáticas, se suele hablar de las personas en situación de calle en general, pero las realidades de las mujeres son bien distintas a las del resto y sólo se conocen cuando vas a buscarlas".
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Andrea Vallejo, fundadora del proyecto Menstruar en la calle.
Foto: Meri Parrado
El equipo, conformado por un grupo de compañeras “unidas por el feminismo y el interés en los derechos reproductivos”, comenzó a trabajar en la calle en el 2020. El objetivo inicial era proporcionar productos de higiene menstrual, pero rápidamente se dieron cuenta de que el proyecto tenía otro potencial. "Este proyecto trasciende la entrega de toallitas y el hablar sin tabú del tema de la menstruación", afirma Vallejo, asegurando que “el principal objetivo es trabajar contra la feminización de la pobreza” y visibilizar las diferentes realidades que enfrentan las mujeres en situación de calle, sobre todo de las que nunca llegan a los refugios o dispositivos institucionales. “Si bien no hacemos una selección, nos enfocamos en trabajar con las que están más solas, que las tenemos identificadas. Pretendemos que se escuchen las voces de todas las mujeres que están en la calle y no las de algunas”.
Y añadió: “Nosotras nos alegramos mucho de toda la movida que hubo el 19 de agosto [movilización por el Día Internacional de las Luchas de las Personas en Situación de Calle, convocada por el colectivo Nitep], pero sigue pasando, como en todo movimiento social, que hablan algunas voces, las que están más cercanas a lo institucional. En cambio, las mujeres con las que nosotras trabajamos no llegaron a 18 de Julio ese día ni hablan con el lenguaje que se usó ese día. No se sienten convocadas. Entonces nuestro objetivo también es ese, que esa lógica de exclusión no se reproduzca en la calle: si decimos todas, es todas, y que no sea solo un eslogan”.
Otros de los objetivos fundamentales del proyecto, contó Vallejo, es "ir hacia la gratuidad de los productos menstruales", lograr la licencia menstrual-esto sería para las mujeres que trabajan en general- y reclamar que hayan más baños públicos y que, en los de mujeres, puedan ingresar todas".
Durante su evolución, el equipo de Menstruar fue incorporando no solo a activistas y técnicas, sino también a mujeres en situación de calle, estudiantes y personas interesadas en conocer y apoyar la causa. La dinámica del proyecto es fluida, adaptándose constantemente a las condiciones de la calle. "Nuestra metodología está muy basada en la educación popular, en transformar un cordón de vereda o una plaza en un lugar donde dar talleres de distintas temáticas o donde hacer una entrevista. Si bien el abordaje es más individual, muchas veces se dan charlas con varias de ellas, para generar un pienso colectivo. La línea de trabajo más fuerte es la que llamamos Rutas calle, que es básicamente trazar una ruta y salir a caminar. La ruta nunca está predeterminada, vamos viendo el clima y el ambiente de la calle", explica Vallejo.
La ayuda que brinda el colectivo respecto a la entrega de productos de higiene menstrual, se sostiene en base a donaciones, mayoritariamente de otras mujeres. “Hay mujeres que donan un paquete de toallitas y otras que hacen donaciones más grandes. Hace casi cinco años que subsistimos de esa manera, nunca le hemos pedido nada al Estado”, cuenta la activista.
Con respecto a las políticas del gobierno destinadas a esta población, Vallejo opinó que "son casi nulas" y que suelen estar enfocadas en madres, dejando por fuera a aquellas que no encajan en ese perfil. “Hay muchas realidades que no son contempladas”.